¡Se murió mi mascota!
La muerte de tu perro o de cualquier animal que tengas como mascota puede ser muy dolorosa y traumática, por lo que es normal que sientas el pecho oprimido, que no tengas ganas de hacer nada y solo quieras llorar. Debes llorar para ir haciendo el duelo e ir sanando las heridas aunque sientas que es imposible, porque el día que murió tu mascota una parte de tu corazón murió también.
Esto me ocurrió hace 7 meses y puedo asegurar que sigo sufriendo mucho, hay días que no quisiera levantarme de la cama. Me quedaría acurrucada.
El dolor ya no es como al principio. Las primeras semanas era intenso, con angustia y sufrimiento. Ahora se ha ido transformando en una tristeza profunda y dolorosa, como si me hubiesen arrancado un pedacito de mi corazón.
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¿Quién era Phoebe?
Phoebe era una perrita de raza bichón maltés muy pequeña que llegó a nuestras vidas en julio de 2008 con 2 meses de vida y 1 kilo de peso. La busqué por muchos lugares, tuve contacto con 3 o 4 perritas y a pesar de que soy muy ansiosa, fui paciente y esperé el momento indicado hasta encontrarla.
Cuando la vi por primera vez, la cargué en mis brazos y tuvimos una conexión inmediata, apoyó su pequeña cabecita en mi hombro e hizo unos ruiditos con su boca. Desde ese día nunca más me separé de ella.
Siempre fue muy chiquita de tamaño, parecía una cachorra y tenía los ojos muy expresivos, entendía todo lo que le decía, yo le hablaba todo el tiempo y tal vez por estimularla demasiado, se convirtió en una ladradora en potencia, siempre quiso ser el centro de atención, no podía evitar que ladrara cada vez que alguien tocaba el timbre. Fue muy querida por muchas personas, ¡era tan linda!
Mi sueño hecho realidad
Fue muy deseada por mí, siempre quise tener un perrito faldero que estuviera pegado y encima de mí. Así fue, la tuve durante 12 años y 3 meses.
Phoebe lloró los 2 primeros días en casa porque no quería estar sola y a pesar de que prometí que jamás dormiría en nuestra cama, no pude resistirme a su carita mirándome con ternura pidiendo subir. Obviamente durmió con nosotros toda su vida.
Linda, Lucas y Lila
Tuvo una vida más o menos normal como perro, digo más o menos, porque yo no soy muy normal, siempre la sobre protegí y la cuidé excesivamente.
Tenía relación con otros perros, tuvo 3 grandes amigos, la primera fue Linda, su primera amiga, era una poodle de unos amigos especiales, luego Lucas, un golden tan bueno y dulce como nunca conocí en el mundo, Phoebe lo molestaba, pero Lucas la cuidaba, Lucas era la mascota de nuestros compadres Hugo y Angélica y Lila, una perrita bichón maltés, igual a ella, una gran compañera y amiga con la que vivió y compartió hasta su último día de vida, Lila es la única que vive todavía y es la perrita de unos grandes amigos.
Encuentro cercano
Cuando tenía 1 año aproximadamente fuimos a casa de unos conocidos a pasar la nochebuena. Ellos tenían muchos perros y me dijeron que podría llevar a Phoebe y yo, inexperta, estaba emocionada pensando que se divertiría mucho jugando con otros perros.
Phoebe iba dentro de un bolso especial para perritos y al llegar a la casa lo puse en el suelo e inmediatamente todos los perros vinieron a olerla, Phoebe les ladraba y gruñía. La saqué del bolso y la puse en el suelo y apareció una pastor alemán, líder de la manada y no lo dudó un segundo, la agarró con su boca por el lomo, la sacudió y mordió. No la soltaba, tuvieron que abrirle la mandíbula entre 2 hombres y así rescatamos a nuestra pequeña de solo 2,5 kg llena de heridas.
El milagro de la Navidad
Era víspera de Navidad, no sabíamos qué hacer, llamamos a algunos centros veterinarios pero nadie respondía. Nuestro compadre Hugo, llamó al veterinario de Lucas, su golden y vino de emergencia a la casa. La evaluó y curó las heridas, le inyectó antibióticos y otras cosas y literalmente le salvó la vida, se llama Miguel y se convirtió en mi héroe. La mordida le había perforado un pulmón, pero con medicación, tiempo y muchos mimos, se recuperó. Yo pensé que ella habría aprendido la lección, pero no fue así, nunca dejó de gruñirle a los perros en general.
Nunca nada fue igual
Cada vez que sacaba a Phoebe a pasear, yo estaba nerviosa y eso se lo transmitía a ella. A pesar de que siempre la llevé con arnés y correa, nos encontrábamos con perros sueltos que venían corriendo directo hacia nosotras y yo entraba en pánico y cometía el error de cargarla para protegerla, juré que nunca más le sucedería lo mismo.
Esta reacción mía era equivocada, solo me beneficiaba a mí, obviamente a ella no, ella se ponía cada vez más nerviosa y alterada e hizo que no solo les gruñera sino que les ladrara desesperadamente. En mis brazos se sentía poderosa y protegida.
Así pasaron los años y yo me sentía feliz con mi compañerita. Siempre la tenía a los pies, era tan chiquita que venía y se ponía a mi lado mientras estaba en la cocina por ejemplo y ni me daba cuenta de su presencia, pero siempre estaba.
Intentamos cruzarla dos veces con perritos de su raza y tamaño, pero nunca lo logramos. No se dejó, al final ella intentaba montarlos a ellos. Este comportamiento es bastante común en perros pequeños, sobre todo en los muy consentidos y sobreprotegidos por los humanos. Phoebe nunca fue esterilizada.
Nos mudamos a otro país
Phoebe pasó con nosotros varias mudanzas de ciudad, de país y hasta de continente. A todo se adaptó, claro, siempre a nuestro lado, en nuestra cama y siempre encima de mí o de su papá humano. La amábamos profundamente, nos hacía felices, ¡era la alegría del hogar!
En el 2019 nos mudamos de continente, en busca de una mejor calidad de vida para todos y durante un año y medio pudimos darle una vida más plena. Podía salir a pasear con más tranquilidad y a cualquier hora, la comida era de mejor calidad, había vacunas cada vez que las necesitara. Pero el tiempo pasaba y ya Phoebe tenía 12 años.
Una mañana, mientras la acariciaba, le palpé unos bultitos en sus mamas. El veterinario dijo que había que hacerle algunas pruebas y, de un día para otro, uno de los bultos triplicó su tamaño. Nunca imaginé en ese momento que solo le quedaban días de vida. Cuando consultamos y programamos la cirugía, el veterinario ordenó realizar un ecocardiograma para asegurarse de que Phoebe estuviera en condiciones de resistir la anestesia. Ella había nacido con un pequeño soplo en el corazón y con esta condición, existía un riesgo mayor en la cirugía.
El momento más difícil había llegado
El ecocardiograma se lo realizaron el día anterior a morir. El resultado no fue bueno y, a partir de ese momento, todo pasó muy rápido. En la madrugada tuvo una convulsión, el veterinario le colocó una inyección y volvimos a la casa. Las convulsiones se presentaban cada vez con mayor frecuencia. No había absolutamente nada que hacer, estuvo en la cama con nosotros, apagándose minuto a minuto. Cuando nos dimos cuenta que ya no iba a aguantar mucho más, la llevamos para que el veterinario la ayudara a no sufrir más. Ese momento pasó en cámara rápida, el médico le tomó la vía, le inyectó algo y dijo que ya descansaba. Abracé a mi marido, lloramos y nos fuimos de allí. ¿Y ahora?
Lo que siguió fue que llegamos a la casa, yo me encerré en el cuarto y no quise hablar con nadie. Ese día no comí ni me paré de la cama. No quería nada que nadie me hablara. A la mañana siguiente empezaba una nueva vida para mí, desayuné llorando, volví a la cama, lloré y lloré durante muchos días. Mi marido se encerró en la computadora y el trabajo y no levantaba la cabeza de allí, mientras yo solo lloraba.
Phoebe siempre dormía entre nosotros dos y pegaba su cuerpito al mío. Desde el día que llegó a nuestras vidas, hasta el día que se fue. Las primeras noches sin ella tuve que poner una almohada pequeña a mi lado para sentir que aún estaba allí. Todas las tardes caminaba como rutina de ejercicio y agradecí el uso obligatorio de mascarillas, porque así y con las gafas de sol, iba llorando todo el trayecto, ida y vuelta sin que nadie se diera cuenta.
No pude ver una foto de ella hasta pasadas varias semanas. Todavía hoy no puedo hablar de ella sin que me ponga a llorar, ¡ya pasaron 7 meses!
Tengo que buscar ayuda
No dormía bien, me despertaba muchas veces en la madrugada y lloraba desconsoladamente. Me sentía angustiada, deprimida y muy triste. Supe que no saldría de esa tristeza tan profunda si no hacía algo y decidí buscar ayuda médica.
Cuando el psiquiatra me preguntó el motivo de mi visita, confieso que me dio un poco de vergüenza contarle que estaba en ese estado, por «la muerte de mi perro». Para mi sorpresa, el doctor entendió perfectamente que necesitaba ayuda. Me indicó unas pastillas para ayudarme a conciliar el sueño y me sugirió pedir una cita con algún psicólogo que pudiera ayudarme a manejar el duelo.
Empezar a sanar
Con bastantes dudas pedí cita con una psicóloga. ¿Realmente era necesario? Me angustiaba saber que tendría que contarle también a ella que estaba así de destruida porque se había muerto mi perrita.
Mi terapeuta resultó ser una chica joven muy dulce que me escuchaba con ternura y me miraba llorar. Tengo que reconocer que me ayudó mucho. Me enseñó técnicas para desviar mi mente a otro lugar cuando me invadiera la tristeza y el llanto.
Iba a verla una vez a la semana y me dijo que allí, en su consulta, podría llorar todo lo que quisiera y que cuando estuviera en casa, intentara pensar inmediatamente en otra cosa cada vez que me surgiera la angustia. Otra cosa que propuso durante las consultas, fue ir viendo juntas fotos de Phoebe. Así, poco a poco me di cuenta de que le mostraba fotos, le contaba cosas, anécdotas y situaciones vividas, como algo natural.
¿Seré la única?
Entre el psiquiatra y la psicoterapia, hice otras cosas. Primero empecé a buscar en internet “mi mascota se murió” o «cómo superar la muerte de tu mascota» y aparecieron muchos resultados, más de los que había imaginado.
Leí muchos artículos que me hicieron darme cuenta que no estaba tan loca, que sentir esta profunda tristeza es más normal de lo que uno cree. Que sufrir tan intensamente es algo frecuente en estos casos y que el dolor puede llegar a ser como si hubieses perdido a un familiar. Y es que eso es exactamente lo que me sucedió, ¡PERDÍ a un familiar!, ¡Phoebe era un miembro de mi familia!
Leí diarios de personas escribiendo su experiencia ante la pérdida y cómo fueron superando el duelo. También cartas, poemas, canciones escritas para las mascotas. Algunas cosas me parecían exageradas, pero ¿Quién era yo para juzgar eso? ¿Acaso otros no podrían pensar lo mismo de mí? Al final todo me hizo sentir bien, me sentí identificada.
Meditar, respirar
Escuché meditaciones para relajarme, aprendí a respirar, a desviar los pensamientos tristes y dolorosos y a poder pensar en otra cosa.
Buscando charlas, conferencias o talleres, una noche encontré al Dr. Mario Alonso Puig en internet y ese hallazgo me cambió la vida. Quizás habrás escuchado o leído sobre una técnica de relajación y meditación, llamada mindfulness, que ayuda a reducir el estrés. Lo más interesante de esta técnica, es que consigue eliminar la ansiedad que nos produce el hecho de enfrentarnos a una situación que no podemos cambiar o modificar, por mucho que lo intentemos. Esto es exactamente lo que yo estaba experimentando. No podía cambiar el hecho de que Phoebe había muerto y que eso era irreversible, por lo cual necesitaba relajarme y apartar esos pensamientos negativos de mi cerebro. A partir de ese momento y hasta el día de hoy, cada noche, antes de dormir, me pongo mis cascos o audífonos y escucho alguna conferencia o entrevista del Dr. Puig. Escuchar sus consejos y su voz me relaja y ayuda mucho.
Dibujar, editar
Empecé a editar fotos y a hacer fotomontajes. Puse a Phoebe en manos de un ángel, también la convertí en angelito, la hice atravesar un arcoíris, acostarse en las nubes, hice pegatinas o stickers con su cara, en fin, todo eso me hacía bien. No sé muy bien por qué, pero me hacía bien, me entretenía y me hacía estar concentrada en algo.
Seguí con mis meditaciones, mis terapias y así fueron pasando los meses. Todavía lloro cada vez que la nombro, se me frunce el corazón cada vez que la veo en fotos, pero ahora poco a poco voy logrando enfocarme en el agradecimiento por haberla tenido, por haberla disfrutado y compartido con ella todos estos años.
Busca algo para recordarla
No quise guardar sus cenizas porque me iba a entristecer mucho cada vez que las viera, preferí que el veterinario tomara la mejor decisión con respecto a sus restos.
En mi país de origen había una artista que hacía unas mini esculturas de tu mascota. Le mandabas tu foto preferida y ella las hacía. Esta escultura ha ido conmigo a todas partes y ahora la puse en la cajita que ves en la foto y que puse en un lugar destacado de la casa. Es un recuerdo lindo que veo cada vez que paso a su lado.
Guarda algo que te recuerde a tu mascota o algo que haya usado y lo podrás usar como tu amuleto. Yo por ejemplo, guardé la plaquita con su nombre y la tengo en mi billetera, siento que me acompaña siempre.
No permitas que te digan que «era tan solo un perro»
Muchas personas te dirán que no puedes ponerte así solo por un perro, que no era un hijo, que puedes adoptar a otro y tienen toda la razón. No era solo un perro. ¡Era MI perro! Mi compañera, mi sombra, mi soporte, mi alegría, mi apoyo…
Así que si te sientes así o con sentimientos similares, no te avergüences. Busca ayuda, es normal todo lo que sientes, es dolorosísimo y más frecuente de lo que crees, todos los que hemos amado a una mascota, sabemos lo que significa perderla.
Crear esta página Web es parte de mi terapia. Escribir sobre perros me llena el alma, me reconforta y, aunque estoy segura de que este es uno de los artículos más difíciles y duros que escribí, quise compartir mi experiencia contigo y las cosas que hice y sigo haciendo para superar el difícil momento.
Si pasaste o estás pasando por algo parecido, te invito a que en los comentarios compartas tu experiencia y lo que sientes. Cuéntanos quién fue tu mascota y que hiciste o haces para sobreponerte a su partida. Entre todos, podemos ayudarnos. ¡No estamos solos!